«De un golpe empujé la persiana y con un tumultuoso batir de alas,
entró majestuoso un cuervo digno de los santos días idos.
No efectuó la menor reverencia, ni se paró un instante;
y con aires de gran señor o de gran dama fue a posarse en el busto de Palas,
sobre el dintel de mi puerta. Posado, inmóvil, y nada más».
El Cuervo, Edgar Allan Poe.